domingo, 19 de octubre de 2008

Un hombre bueno


Él era un hombre bueno, llegaba a casa en la tarde, siempre a la misma hora; compraba el pan, la leche y tal vez unas flores. Subía lentemente las escaleras, como saboreando el momento en que abriría la puerta y la vería sentada a la ventana, esperándolo; después cenaban, platicaban y se iban a dormir, siempre a la misma hora. Se levantaba temprano, la veía dormir, la besaba y se iba a trabajar, siempre a la misma hora. Amaba su rutina, la amaba a ella y creía que el mundo se ganaba así.
Una tarde, a la misma hora, compró el pan, leche y unas flores, subió lentamente la escalera, abrió la puerta y ella no estaba allí, ya no podrian cenar juntos ni platicar, ni dormir, ni soñar el uno con el otro. El mundo le dolía, la muerte le cambió la vida. No lloró, pero desde entonces no se hizo amar por nadie y se hizo odiar por todos para que a nadie le doliera su muerte.